En enero del año 2000, René Favaloro ya sabía que se iba a suicidar. Le confesó su intención de quitarse la vida a Diana Lucía Truden, su gran amor y también su secretaria. Por esa ápoca, ella tenía 31 años, 45 más que él. Truden, que siempre guardó un bajísimo perfil y jamás habló de su relación con el cardiocirujano ante los medios, tuvo que contar con detalles su historia de amor con el médico en su declaración ante el juez Daniel Turano, que investigó la muerte. “En enero del 2000, cuando volví de un viaje por África, me dijo: ‘Me voy a suicidar. No puedo vivir sin esta relación, pero tampoco te puedo sacrificar’. Se refería a la diferencia de edad: un tema que siempre mencionaba. Hablamos y decidimos seguir, pero le pedí que no volviera a hablar de suicidio, y me prometió que no volvería a hablar ni a pensar en eso”, relató hace 23 años.
No cumplió. Pero aún faltaban algo más de seis meses para el 29 de julio. Metódico y ordenado como siempre, esa tarde, alrededor de las 16.30, Favaloro se bañó, se puso un pijama impecable y caminó unos pocos pasos hacia un baño secundario de su departamento del segundo piso de la calle Dardo Rocha 2659, en el Barrio Parque de la Ciudad de Buenos Aires. Estaba solo. Le había dicho a Diana que iría hasta La Plata. Una mentira para alejarla, para que no estuviera allí en el último segundo, para que no escuchara el sonido fatal del disparo. Ella había ido hasta su casa, en la calle Misiones al 300, a buscar algo de ropa. Dentro del baño, Favaloro se habrá mirado por última vez en el espejo y habrá visto a un hombre abatido, derrotado. Pegó una nota en el vidrio seco del pequeño ambiente: “A las autoridades competentes”. Entonces lo hizo: apoyó la boca del cañón contra su corazón y apretó el gatillo del revólver Taurus calibre 357 que había comprado el 6 de abril de ese año en la armería La Federal de la calle Solís 172, a tres cuadras de la Fundación Favaloro. Tristemente, todo salió como lo había planificado. Sabía el lugar exacto en que la bala haría estallar su corazón. A esa hora, una chica que se bañaba en el tercer piso escuchó el estampido y el golpe brutal de la caída.
La causa judicial 784747 guarda todos los secretos del último y potente mensaje que el cardiocirujano descerrajó contra el poder político aún a costa de su propia vida. Sin dudas, uno de los expedientes más dolorosos de la historia reciente de la Argentina, caratulado como “René Favaloro, suicido”. En la caja fuerte de la Secretaría 112 del juzgado de Instrucción 41, el juez Turano y el secretario Cristian Mangone guardaron siete cartas claves para entender las razones que llevaron al cardiocirujano a tomar la terrible decisión. Las encontraron sobre la mesa del comedor del departamento del segundo piso de la calle Dardo Rocha 2965, en Barrio Parque. A metros del baño donde el cardiocirujano había ejecutado el plan que urdió, quizás, desde aquel enero en que le confesó su desesperación a Diana. Todas tenían un destinatario preciso: una era para Ramona, su empleada doméstica -a la que también le dejó un fajo con dólares-; otra para el periodista Claudio Escribano; otras para familiares y amigos. Todas intentaban explicar lo que nadie, fuera de la mente del creador del by-pass, podía entender ni aceptar. Pero una de ellas era especial: la que escribió para que leyera Diana. Era el adiós a la mujer con quien se iba a casar en agosto, un mes después. La sintaxis errática de la redacción era prueba de la situación límite que enfrentaba aquel hombre.
“Diana: ha llegado el momento de la gran decisión… Tú no eres culpable de nada… Mis proyectos se han hecho pedazos. No puedo cambiar los principios que siempre me acompañaron. Creo que la Fundación se derrumba. No podría aguantar como testigo lo que construí, con tanta fuerza, ahora su destrucción. Estoy cansado de luchar y luchar. Remando contra la corriente en un país que está corrompido hasta el tuétano. Tú eres testigo de mi sufrimiento diario. Te agradezco todo lo que me has brindado. Particularmente en este último año. Nunca podrás imaginar cuánto te he amado. Nunca tuve nada igual. No se puede comparar con nada semejante de mi pasado. Tú has sido mi grande y verdadero amor. Siempre me he sentido un poco culpable. Nunca debí permitir que nuestro amor llegara tan lejos. Cuarenta y seis años es una gran diferencia. Y no te pude brindar hijos. Rezá un poco por mí. Sé que te recuperarás porque eres fuerte. El tiempo lo arregla todo. Sé que sufrirás un poco al principio, pero tú también me amaste… Espero que encuentres el hombre que hagas feliz. Dios así lo querrá. No sufras, por favor, no sufras mucho. Tienes muchos desafíos por delante. El más importante es escribir, escribir y escribir. Tienes grandes condiciones para hacerlo. Te he amado con locura. Estaré pensando en ti, solamente en ti, hasta el último segundo. Un abrazo grande, muchos besos, René”.
Ante el juez Turano, Diana se desahogó de tanto silencio. Le contó, como si el magistrado fuese su confidente, cómo comenzó la relación. “Trabajaba con Favaloro desde hacía seis años. Llegué a la Fundación a través de una agencia de empleos. En enero del 98, cuando murió María Antonia Delgado, su esposa, estuvo muy deprimido. Como yo cursaba Traductorado de Inglés en el Lenguas Vivas, me quedaba estudiando en la oficina hasta las nueve de la noche, y charlaba con él. En una de esas charlas, me dijo: ‘Me siento atraído por vos…’”
Historia de amor
En su relato, el inicio del noviazgo tiene una fecha y hora exacta. Favaloro le confesó su amor el domingo 7 de marzo de 1999 al mediodía. Ella, que lo amaba en silencio, aceptó. Comenzaron la relación de pareja sin contárselo a nadie. Para esconderse de cualquier mirada indiscreta elegían un campo que el médico tenía en Arditti, una localidad cercana a Magdalena. A veces iban hasta el pueblo. De una de esas escapadas es la foto que abre esta crónica de un amor trunco.
La relación continuó en ese plano hasta un mes antes de la muerte de Favaloro. Eran, ante los ojos de los demás, el jefe y su secretaria. El 12 de julio -el día que Favaloro cumplió 77 años (y hoy se cumplen 100 de su nacimiento)- viajaron juntos al monasterio benedictino Santa María de Los Toldos para ver a fray Mamerto Menapace, amigo del cardiocirujano. Allí, Diana se alojó en un convento sólo para mujeres. El les contó a los religiosos que estaba contento con su relación y que se iba a casar “por Civil y por Iglesia”. Habían decidido blanquear su amor.
Diana prosiguió su testimonio ante Turano desde el día anterior al suicidio: “Decidimos no ocultarnos más. El 28 de julio salimos del trabajo a las seis de la tarde, hicimos las compras en una quesería que está en la esquina de la Fundación (Nota: Míster Queso, Entre Ríos y Venezuela), fuimos a su casa, y me quedé a dormir. El 29 nos levantamos normalmente, y al mediodía fui a mi casa para traer ropa en una valija porque nos íbamos a casar. Favaloro pensaba visitar a su sobrino Coco en La Plata. Cuando volví, me extrañó que estuviera su auto, pero pensé que había llegado temprano… Estaba muy deprimido por la situación de la Fundación, que, según él, no tenía arreglo. Los dos últimos balances habían sido negativos, y el 28 de julio se le murió un paciente que operó ese mismo día… Ibamos a escribir nuestras participaciones de casamiento en la computadora”.
El 29 de julio, Diana regresó al departamento de Favaloro junto a su hermano. Lo hizo minutos después del disparo. Así se lo contó al juez: “Ese día, su estado de ánimo no era muy bueno. Yo sabía que venían tiempos muy duros, porque el 28 de julio él me mostró una lista del personal de la Fundación que sería echado: la mayoría, amigos entrañables que empezaron con él. Y porque ciertos informes señalaban la posibilidad de un cierre inmediato. En mi casa (calle Misiones al 300) esperé a mi hermano, cargamos dos valijas y la computadora, y a las cinco menos cuarto de la tarde llegamos a la casa de René. Las llaves estaban puestas por dentro. Lo llamé dos veces por mi celular, pero respondió el contestador automático. Toqué el timbre muchas veces. Por fin, Pedro pudo empujar la llave, y entramos” .
Al abrir la puerta del departamento, Diana lo llamó un par de veces. Nadie respondió. Corrió a la habitación de Favaloro. No estaba allí. Fue su hermano quien advirtió la luz en el vano de la puerta del baño. Salieron al palier. El padre de la chica que oyó el ruido mientras se estaba bañando oyó unos gritos: “¡Ayúdenme!”. Bajó enseguida. Volvieron a ingresar al departamento. Este hombre vio que el cuerpo trababa la puerta. Dijo que no lo movieran, que seguramente se había desmayado y lo podían golpear peor. Fue a buscar herramientas. Regresó y retiró las bisagras. Cuando quitaron la puerta, vieron la peor escena: Favaloro yacía en un charco de sangre. “René estaba muerto… Nuestra relación era excepcional: estábamos sumamente enamorados, y compartíamos todo”, continuó Diana su relato ante el juez.
En su testimonio, Diana también declaró que no sabía que Favaloro tuviera un revólver. Pero además de la factura amarilla de la compra, la policía halló el permiso para portar armas que el cardiocirujano había tramitado en febrero del 2000.
Ante el juez, Diana concluyó: “Yo sabía que René le había mandado cartas a varios funcionarios, y me mostró la que le escribió al presidente Fernando de la Rúa el 25 de julio, cuatro días antes de su muerte. A raíz de esa carta le pregunté: ‘¿Querés suspender el casamiento?’. Pero me dijo que no. Estaba muy deprimido. Desesperado, porque las cuentas de la Fundación no le cerraban por ningún lado, y nadie lo ayudaba. No podía dormir…”.
Luego, Truden solicitó a la justicia el permiso para poder retirar algunos efectos personales del departamento: “una batidora, 850 pesos, regalos, ropa, mi libreta de estudiante del Traductorado de Inglés, la PC, una cámara de fotos, una lapicera Montblanc con las iniciales RF, los manuscritos de un libro en que ambos estábamos trabajando (ya aceptada su impresión y casi terminado), y dos alianzas de oro guardadas en una caja roja que estaba en un cajón de la mesita de luz”.
Diana siguió -y continúa- trabajando en el área de marketing y comunicación de la Fundación Favaloro. “Seguir aquí es la mejor manera de honrarlo, y de honrar la vida”, dijo una de sus poquísimas veces que habló con un periodista. Es que el sueño de Favaloro no se derrumbó como él temía: se mantiene en pie.
A los 47 años, tal como le auguró Favaloro en su última carta, Diana se volvió a enamorar. Esta vez, de un empleado del Departamento de Sistemas Informáticos de la Fundación siete años menor que ella, llamado Ariel Satta. Cuando se casaron en la Iglesia Pío X de Olivos, hacia el final de la ceremonia religiosa ambos dedicaron su matrimonio a “los familiares y amigos que ya no están entre nosotros, y cuidan este amor desde el cielo”.
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