Tenía previsto hablar a las 19.30. La tarde anterior, Sergio Massa había suspendido el cierre de campaña en La Plata que encabezaría este jueves, sin Cristina Kirchner ni Alberto Fernández, forzado por la conmoción en torno a la muerte de Morena Domínguez, la nena de 11 años asesinada por motochorros a metros de su escuela en Lanús Oeste.
El precandidato presidencial de Unión por la Patria recién emitió su mensaje, grabado apenas minutos antes, sin tiempo de edición, casi dos horas y media más tarde, entrada la noche, sobre el cierre de una campaña atípica para el PJ y de un final opaco que solo agrega más preocupación a una elección bien incierta.
Cuando el mensaje de Massa se transmitió por los parámetros oficiales, el sprint final de la campaña ya estaba exclusivamente atravesado por una agenda sombría: Morena ya había sido enterrada en un barrio tapado por el dolor, policías y manifestantes se habían enfrentado en Constitución tras una protesta de trabajadores tercerizados que paralizó el servicio de trenes, el dólar libre había marcado un nuevo récord -$602-, un hombre había muerto en inmediaciones del Obelisco después de una protesta de la izquierda y de encontronazos con la Policía de la Ciudad, y un médico había sido asesinado en Morón por delincuentes que intentaron robarle el auto.
Massa esperó en el búnker de UP de la calle Bartolomé Mitre, a la vuelta de la Casa Rosada, a que se tranquilizara la efervescencia mediática por la muerte del manifestante en el Obelisco para transmitir su discurso, el último de una campaña rara que el ministro de Economía transitó a solas, con un Presidente ausente y Cristina Kirchner corrida, según los estrategas del precandidato, por una estrategia orientada a darle toda la centralidad del proceso al funcionario.
Massa esperó en el búnker de UP de la calle Bartolomé Mitre, a la vuelta de la Casa Rosada, a que se tranquilizara la efervescencia mediática por la muerte del manifestante en el Obelisco para transmitir su discurso, el último de una campaña rara que el ministro de Economía transitó a solas, con un Presidente ausente y Cristina Kirchner corrida, según los estrategas del precandidato, por una estrategia orientada a darle toda la centralidad del proceso al funcionario.
Pero los sucesos de las últimas 48 horas contaminaron el ambiente, enrarecieron aún más el humor social, y plagaron de mucha más incertidumbre la campaña del oficialismo que en estas semanas ya había exhibido una serie de interrogantes nunca antes vistos en el peronismo.
Según trascendió, tras la muerte de la nena de 11 años en Lanús, Cristina Kirchner se mantuvo en contacto permanente con el gobernador Axel Kicillof. A la ex Presidenta, la problemática social y económica del conurbano le preocupa, y mucho, desde hace tiempo. La vicepresidenta suele tener conversaciones permanentes con intendentes del Gran Buenos Aires, y charlas periódicas con el gobernador. Cristina Kirchner es consciente de que el mayor caudal electoral del kirchnerismo se registra en el corazón del conurbano. Le inquieta la performance electoral del peronismo en ese territorio, atravesado en algunos casos por internas calientes. Por algo recibió, la semana pasada, en su despacho, al intendente Fernando Espinoza, que enfrenta a Patricia Cubría, del Movimiento Evita, en una primaria que se les fue de las manos. La ex Presidenta conoce el caudal electoral del kirchnerismo, y particularmente el de ella. “Acá solo preguntan por Cristina”, apuntaron desde un municipio del sur bonaerense en el que se lamentan que la ex mandataria no sea candidata.
Por eso llamó la atención de que Cristina Kirchner no haya bajado ni una sola vez al conurbano, no haya tenido ni un solo acto junto a Kicillof y su última aparición haya sido el lunes 17 de julio, casi un mes atrás: después de esa puesta en escena, en un simulador de Aerolíneas Argentinas, la vicepresidenta se llamó a silencio.
Antes, se había mostrado con Massa en Aeroparque, horas después de desactivar la postulación de Eduardo “Wado” de Pedro para acompañar la unidad mayoritaria detrás del ministro, y en la inauguración del gasoducto Néstor Kirchner, en Saliquelló, un acto que utilizó para resaltar el trabajo del precandidato, y para fustigar al Presidente.
Con excepción de esas tres ocasiones, la vicepresidenta nunca más le puso el cuerpo a la campaña. Una rareza si se tiene en cuenta que se trata de la principal dirigente del peronismo, dueña de la mayoría de los votos. Desde el oficialismo explicaron que se trató de una estrategia ideada para reafirmar el liderazgo del ministro de Economía.
“En privado, Cristina está muy activa”, resaltaron a este medio desde usinas oficiales de la campaña.
El domingo, en el búnker del complejo C del barrio porteño de Chacarita dispuesto para Massa y el kirchnerismo, no se espera ni por Cristina Kirchner ni por Alberto Fernández. Así lo confirmaron a Infobae fuentes de la organización. La vicepresidenta tenía previsto seguir los resultados electorales desde El Calafate. En el 2015 tampoco había participado del cierre de campaña de Daniel Scioli de las primarias, y se había ausentado del búnker, aquella vez en el Luna Park del bajo porteño.
Es que, al silencio de Cristina Kirchner de las últimas semanas se sumó el corrimiento que se autoimpuso el Presidente, que no tiene ningún tipo de participación en la campaña, un rol festejado en el búnker K: nadie quiere hacerse cargo de su “legado”.
Alberto Fernández solo piensa en el 11 de diciembre. En su entorno aseguran incluso que ya busca casa. Cualquiera sea el resultado electoral, el Presidente tendrá que dejar Olivos, y tiene previsto mudarse del departamento que su amigo el publicista Enrique “Pepe” Albistur le presta en las torres River View de Puerto Madero porque, según sus colaboradores, le quedó chico. El jefe de Estado ahora tiene varios perros y un pequeño hijo junto a la primera dama, Fabiola Yáñez.
Fernández no tiene ninguna injerencia en este proceso electoral, su agenda es estrictamente superficial y los próximos meses, mientras Massa y el kirchnerismo se jueguen el futuro político en las elecciones, el jefe de Estado los tiene reservados para una serie de viajes por el planeta que se ideó como final de su gestión: el próximo lunes estará en Paraguay, después podría viajar a Sudáfrica, para la cumbre de los BRICS -aún no tiene confirmación oficial-, para terminar luego con visitas a Chile, China, Cuba y Estados Unidos.
“Está muy tranquilo, muy en ex presidente”, resumió a este medio un dirigente amigo que comió con él días atrás. Y agregó: “Alberto va a pasar a la historia como el gobierno peronista que menos ejerció el poder”.
A Fernández, sin embargo, su irrelevancia en este proceso electoral lo tiene sin cuidado: por el contrario, se siente aliviado. Cree, además, que hay un cambio de época, y que puede cumplirse el pronóstico que meses atrás divulgó en conversaciones privadas con dirigentes del peronismo, y que llegó a oídos de Cristina y Máximo Kirchner cuando todavía amenazaba con la posibilidad de presentarse a la reelección: que esta elección marque el principio del fin del kirchnerismo, veinte años después del desembarco de Néstor Kirchner en Buenos Aires.
Lo cierto es que hace tiempo que Fernández pasa sus días en el ostracismo. Sus movimientos que antes fastidiaban, dejaron de hacerlo. Su agenda no tiene peso. Es inocua. El miércoles, en la previa del asesinato de Morena Domínguez, llamó sorpresivamente a Ernesto Tenembaum a su programa de radio para dedicarle una canción de cumpleaños. Meses atrás habría provocado una ola de reproches internos. Pero pasó desapercibido.
Es la primera vez en la historia del peronismo que un presidente en ejercicio y titular del PJ nacional ostenta un papel casi decorativo. También es la primera vez de un candidato-ministro de Economía en ejercicio, en un proceso de espiral inflacionaria. En la previa de una elección incierta, en un final de campaña inquietante, en un contexto de creciente incertidumbre. La moneda, más que nunca, está en el aire.
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